Capítulo cuarto
Domingo, 5 de noviembre de 2006
Muchas cosas han pasado y todo esto no ha hecho más que confirmar lo acertado de mi decisión al desaparecer de la vista de todo el mundo. Incluída la OCLO.
El piso franco es perfecto. En él viven dos alemanes bastante mayores, rondarán los sesenta, y no me han preguntado absolutamente nada. Ni siquiera por mi nombre. Les he pagado tres meses por adelantado aunque no sé cuanto tiempo me quedaré allí. Al recibir el dinero se largaron los dos. No los he vuelto a ver.
Camilo levantó la vista y miró por la ventanilla. Tenía el librillo rojo apoyado en el regazo y se golpeaba los labios distraidamente con el bolígrafo. La oscuridad afuera contrastaba con la iluminación interior y pudo ver su cara perfectamente reflejada en el pequeño cristal.
Perdone, están libres estos asientos. La pregunta le llegó al cogote y casi sin mirar a la mujer que la había realizado, retiró los periódicos que había dejado en el asiento contíguo y los dejó en el revistero que había delante suyo. Se acomodó en el asiento y continuó escribiendo.
A la mañana siguiente llegué puntual a la cita con Falko. Tomamos café en la cabaña que construyó con sus propias manos unos años atrás. Hablamos de los viejos tiempos y me comentó que echaba de menos sus tiempos en la OCLO, antes de que renunciara por problemas personales. Le pregunté si le sonaba el nombre PBBP. No le di más detalles pues quería dejarlo al margen de cualquier problema. Es un hombre anciano pero todavía mantiene muchos contactos con agentes de otras organizaciones que, como él, están retirados. Son una excelente fuente de información. Me dijo que haría un par de llamadas a un par de amigos que seguramente sabían del tema.
Nos despedimos y le dije que le llamaría esa misma noche.
Una azafata intercambió un par de palabras con el operador de pista y cerró el portón lateral. Todos los pasajeros estaban a bordo. Otra azafata iba cerrando las puertas de los portaequipajes superiores y asegurándose de que todo el mundo tuviera el cinturón de seguridad abrochado. Un vehículo-grúa levantó el morro del avión y lo empujó, yendo marcha atrás, hasta que quedó encarado en una de las vías que daban acceso a la pista de despegue. El pequeño aeropuerto de Schönefeld, el más grande de Berlín, tan sólo tiene una pista.
Se encendieron los motores. Camilo podía imaginarse perfectamente a los pilotos haciendo las últimas comprobaciones mientras seguían las indicaciones de la torre de control para llegar a la pista. Todo estaba en orden en el interior del avión y las azafatas estaban sentadas en sus butacas especiales, con el cinturón abrochado, esperando a que el avión despegara.
Llamé a Falko ese mismo día, sobre las diez de la noche. Hablé con él, estaba muy excitado, y me pidió que fuera inmediatamente a su casa. No podía darme más detalles por teléfono. Cogí un taxi y me fui para su casa, teniendo la precaución de dar al taxista una dirección relativamente cercana al domicilio de Falko y su mujer. El último tramo lo hice a pie. Vivían a las afueras de Berlín, en una zona residencial llena de presiosas casas unifamiliares. Cuando estuve delante de la puerta de la casa me di cuenta de que algo terrrible había ocurrido.
Se apagaron las luces del pasillo del avión. Camilo se sobresaltó y la mujer que había a su lado le dijo, No se preocupe, es normal, tienen que apagarlas durante el despegue, son las normas. Camilo se la quedó mirando como si no entendiera absolutamente nada. Estaba terriblemente ensimismado en sus problemas y había olvidado que estaba en un avión comercial rodeado de otros seres humanos. La mujer lo miró extrañada y repitió la frase en inglés. Camilo suspiró y sin dejar de mirar a la mujer a los ojos encendió la pequeña lámpara que hay dispuesta sobre cada asiento. La mujer le sonrió de nuevo, asintiendo con la cabeza para luego enfocarla de nuevo hacia la parte delantera.
Los motores empezaron a revolucionarse y, tras soltarse los frenos, el avión empezó a avanzar en linea recta propulsado por las turbinas casi al máximo de su potencia. La pista era especialmente irregular y el avión no paraba de dar saltos. Unos segundos después se alzó el morro y el avión empezó el ascenso.
La puerta de entrada había sido forzada. La abrí con precaución, sin hacer ruido, y entré. Todo estaba a oscuras. Ningún agente de la OCLO va armado, tampoco lo voy yo así que me quedé en el pasillo de entrada intentando captar el más mínimo sonido. Tan sólo se oía el gotear de un grifo mal cerrado. Tras unos minutos me di por convencido y avancé sin problemas a través de la oscuridad (conocía la vivienda perfectamente). Accioné varios interruptores sin éxito: alguien se había preocupado de cortar la corriente. Inspeccioné la planta baja – la cocina, una habitación de invitados, un trastero y la sala de estar – sin encontrar ni rastro de Falko o de Katharina, su mujer. Decidí entonces subir al piso de arriba donde estaba el dormitorio y el lavabo. Nada más llegar arriba noté el olor a sangre. El goteo del grifo mal cerrado se me hacía insoportable. Entré en el lavabo y con un mechero iluminé la estancia. Con una macabra luz, reflejada en los azulejos, pude ver los dos cuerpos. Estaban en la bañera, tirados como muñecos, formando posiciones realmente macabras. La llama temblaba y así lo hacían los cuerpos. Incluso parecía que se reían.
Les habían cortado el cuello. Cerré el grifo mal cerrado.
Me dirigí entonces al dormitorio en busca de algún tipo de anotación que hubiera dejado Falko antes de morir. Revisé la casa entera, pero no encontré nada. Tenía la sensación de haber provocado la muerte de estos dos ancianos sin que ni siquiera hubiera podido obtener ningún tipo de información. Tras estos pensamientos una idea aterrizó en mi mente. Fui a la cocina, cogí el cuchillo más grande y afilado que hubiera y subí de nuevo al piso de arriba. Entré en el lavabo y me dispuse a abrir en canal el cuerpo de Falko en busca de una de las cápsulas reglamentarias de la OCLO. El espectáculo fue muy desagradable, más si tenemos en cuenta que Falko no estaba del todo muerto cuando le clavé el cuchillo en la boca del estómago. Se retorció y empezó e mover los labios, como si quisiera decir algo. Tras una hora de trabajo, pude inspeccionar todos y cada uno de los organos responsables de la digestión del cuerpo de Falko. No había ni rastro de la cápsula.
Decidí meter los restos de Falko en una bolsa de basura, pero al ser estas demasiado pequeñas, tuve que repartirlo en una docena de ellas. Saqué le cuerpo de Katharina también y lo dejé tirado en el suelo. Yo estaba echo un asco, tenía sangre y pedazos de cosas por todas partes, así que me di una ducha. No fue muy agradable, ya que Katharina estuvo todo el rato ahí, tirada en el suelo.
Al salir de la ducha y pasar junto a ella, decidí abrirla en canal también, no fuera que la cápsula se la hubiera tomado ella. Era una práctica poco habitual en la OCLO, pero había que cerciorarse. Falko era un tipo bastante delgado pero el cuerpo de Katharina estaba completamente rodeado de grasa. Fue una tarea muy dura y complicada. Al cabo de dos horas había terminado, ella estaba repartida en veinte bolsas. Ni rastro de la cápsula.
En el pasillo, junto a la puerta del lavabo, estaba la ropa que habían llevado puesta. La recogí para quemarla en el hogar. Estaba tirando las prendas una a una sobre las llamas, cuando le llegó el turno a la camisa de Falko. En el bolsillo había un papel doblado. Dejé caer la ropa que todavía tenía en mis manos y me quedé con el papel. Lo desdoblé y leí lo que ponía: „Para Camilo. PBBP peligrosos. Han cortado la luz. Última FdI en Taksim (IP65). Si muero asegurate de que no donan mi cuerpo a la ciencia (ni el de mi mujer). Hemos hablado con los de la funeraria para que nos enbalsamen“.
El avión se había estabilizado y volaba a una altitud y velocidad constantes. Camilo cerró el librillo rojo y se guardó el bolígrafo en el bolsillo de la chaqueta. Se limpió el sudor que le cubría el rostro com ambas manos. Estaba realmente tenso. Las últimas horas habían sido extenuantes. La mujer que estaba a su lado lo observó y con una nueva sonrisa le dijo, No tiene por qué estar nervioso, el avión es un medio de transporte muy seguro. La mujer seguía hablándole en inglés. Sí, sí, respondió Camilo. No tenía ganas de explicarle a nadie que él mismo era piloto y que si estaba nervioso no era por unas míseras turbulencias. Usted tranquilo, prosiguió la mujer, estó pasará rápido y si tiene algún problema puede hablar conmigo sin problemas. Volvió a mirar hacia la parte delantera mientras sonreía. Cuando parecía que le iba a dejar en paz, se giró hacia él de nuevo, Por cierto ha encontrado alojamiento ya, trabajo para una empresa hotelera y si quiere le puedo buscar una buena habitación, No, no se preocupe, visito a unos amigos y me han ofrecido alojamiento, Ah, entonces perfecto, dijo sonriendo, y dónde viven sus amigos, si no es mucha indiscreción, quizá podría recomendarles algún restaurante por la zona, En Taksim, viven en el barrio de Taksim.
Una voz metálica se anunció como el Comandante Gmeinwieser. Pronosticó un vuelo cómodo y sin complicaciones, de unas tres horas de duración y cuando informó sobre las condiciones metereológicas en destino, habló de una ligera lluvia a la llegada a Estambul.
1 Comments:
Creo que tengo información para Camilo. Se confirman las sospechas sobre IP65, la última vez que fue visto en público iba con una turca.
10:57 a. m.
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